Existe
una amplia evidencia que demuestra que la actividad física moderada-vigorosa
(AFMV) redunda en múltiples beneficios para la salud en niños en edad escolar y
en jóvenes (Janssen y LeBlanc, 2010). Estos efectos positivos sobre la salud se
producen tanto a nivel físico como a nivel cognitivo, emocional y social, pues
la AFMV contribuye, entre otros aspectos, al aumento de la autoestima, a reducciones
de la ansiedad, la depresión y el estrés; así como a la integración social y la
mejora del rendimiento académico (Rodriguez-Hernandez, Cruz-Sanchez Ede, Feu, y
Martinez-Santos, 2011).
A pesar de ello, la adolescencia
es un período proclive para el abandono de la práctica de AFMV (Knowles, Niven,
y Fawkner, 2011), produciéndose una dramática reducción con respecto a la
infancia (Nader, Bradley,
Houts, McRitchie, y O’Brien, 2008), así como una disminución progresiva a lo largo de la etapa
(Inchley et al., 2016; Whitehead y Biddle, 2008). Múltiples estudios realizados en
los países occidentales muestran que este descenso es más notable en chicas que
chicos, siendo las primeras las que practican AFMV con menor frecuencia.
Así, por ejemplo, en el estudio HBSC de 2013-14 se detectan notables
diferencias de género en la práctica de la AFMV en la generalidad de los países
europeos participantes, particularmente entre los escolares de 13 años (Inchley et al, 2016). España, según este estudio, es
precisamente uno de los países de Europa que más destacan por las diferencias
de género a este respecto.
Con objeto de paliar los bajos niveles de AFMV entre los
adolescentes, así como las diferencias de género señaladas, la Educación Física
(EF) aparece como un recurso de un valor incalculable. Desde esta materia, la
cual se encuentra incluida en el currículum de la educación obligatoria, se le
ofrece la oportunidad a los escolares de comprometerse a nivel motriz, y así,
aumentar su gasto energético, contribuyendo de esta manera a alcanzar los 60
minutos diarios de AFMV recomendados por la OMS para niños y adolescentes. En
este línea, Fairclogh y Stratton (2005), señalan que la EF es un momento
idóneo para el desarrollo de la actividad física, pues aporta importantes
niveles de AFVM, teniendo una repercusión positiva sobre la salud y
cumplimiento de las recomendaciones.
Desafortunadamente, existe una tendencia generalizada entre
las escolares a una cierta desvinculación con la EF, llegando a manifestar
ellas mismas, como así se recoge en varios estudios, que no se divierten en las
clases de EF, siendo reacias a participar o a implicarse en las mismas (Oliver;
Hamzeh, y McCaughtry, 2009; With-Nielsen y Pfister, 2011). De hecho, las chicas
indican sentirse poco satisfechas con las clases de EF (Fraser-Thomas y Beaudoin, 2004), y, en comparación con los chicos,
muestran actitudes menos favorables hacia la asignatura, encontrándose
diferencias significativas en este sentido (Koca y Demirhan, 2004; Stelzer, Ernest,
Fenster, y Langford 2004). En vista de este descontento
generalizado del sector femenino en las clases de EF, parece razonable pensar
que el enfoque de muchos de los programas de EF están fracasando a la hora de
conseguir que las chicas adolescentes se encuentren motivadas para ser
físicamente activas (Goodyear, Casey, y Kirk, 2014). El tratamiento tradicional de la EF, en el que el foco de aprendizaje
prioritario ha recaído en la competencia motriz y en la condición física (Gard,
2011), agrava el desapego de las chicas por la asignatura (With-Nielsen y
Pfister, 2011). Esta orientación, aún concebida por algunos docentes, queda muy
lejos de los motivos e intereses reales de las chicas para participar en EF,
pues estas buscan una actividad física dirigida al desarrollo de las
dimensiones social y afectiva (Smith y Parr, 2007), y no enfocada al
rendimiento físico o motriz.
Al
mismo tiempo, esta forma de plantear la EF, junto con el predominio en las
programaciones didácticas de ciertos tipos de actividades comunmente
practicadas por los chicos, puede causar rechazo entre el sector femenino por
razones culturales, pues los atributos que se ensalzan con este planteamiento
de la asignatura y con dichas actividades (condición física, competencia
motriz...) se encuentran generalmente asociados al género masculino. Estos estereotipos permanecen fuertemente
arraigados en los propios adolescentes, como se mostró en el estudio de Vu,
Murrie, González, y Jobe (2006), cuyo objetivo fue identificar, a través de
grupos de discusión y entrevistas semiestructuradas, las percepción de los
chicos y chicas adolescentes sobre la práctica de AF en las chicas. Los
resultados revelaron que las chicas consideran ciertos tipos de actividades más
apropiadas para su sexo (ej: bailar) que otras (ej: deportes), y el hecho de
practicar las “menos apropiadas” les infunde cierto temor a reacciones
negativas de los chicos (ej: burla, insultos...), lo que les disuade de
participar en dichas actividades. Mientras tanto, los chicos tenían la creencia
de que las chicas que realizan deporte son demasido agresivas o poco femeninas,
además, afirmaban burlarse de éstas por ser menos competentes que ellos cuando
compiten mano a mano. La interiorización de estos estereotipos impuestos
socialmente, provoca que las chicas sean reticentes a practicar actividades “no
adecuadas” para su sexo, pues según su percepción ello implica poner en tela de
juicio su feminidad y sexualidad (Oliver y Kirk, 2016)
Por otro lado, un enfoque de la EF
basado en actividades en las que el rendimiento físico y motriz ocupa el primer
plano, acrecenta las diferencias de género en relación al nivel de competencia
motriz. Dado que los varones, por lo general, se han socializado desde su
infancia con este tipo de de actividades
(Pascual, 1998; citado por Feu-Molina, 2008), se encuentran mucho más
familiarizados con ellas, por lo que suelen mostrar un nivel de habilidad
superior al de las chicas. Estas diferencias pueden acentuar la percepción de
baja competencia física y motriz en las chicas, la cual suele ser más baja que
en los chicos (Ruiz, Graupera, Contreras y Nishida, 2004), suponiendo, a su vez, una de las barreras más
señaladas por las adolescentes para la práctica de AF (Dwyer, Allison,
Goldenberg, y Fein 2006; Rees et al., 2001; Yungblut, Schinke y McGannon, 2012).
Esta autopercepción de un nivel de competencia inferior al del
resto de compañeros, puede generar la aparción de situaciones de estrés, desencanto y
rechazo ante la posibilidad de enfrentarse a la clase de EF (Feu-Molina, 2008,
Hills, 2007), pudiendo llegar a asociarse la EF, en el caso de las chicas que
no practican AFMV, con un escenario en el que se experimenta humillación,
ansiedad, miedo y fracaso (Hills, 2007). De forma pararela, esta percepción de
baja competencia física y motriz cobra una especial relevancia en la
adolescencia, puesto que en esta etapa – especialmente cuando se trata de la
adolescencia temprana – está muy extendido el temor a cometer errores, a no ser
lo suficientemente buenos para participar en actividades físico-deportivas, así
como a sentirse juzgados por sus compañeros, pues todo ello conlleva poner en
peligro la aceptación por el resto del grupo (Yungblut, Schinke y McGannon, 2012).
Este miedo a no ser acogidos en sus compañeros propicia que se producan
conductas de evitación en las clases de EF.
Con el propósito de poner fin a la
apatía generalizada de las chicas con la EF, así como a las barreras que
obstaculizan su participación activa durante las clases, debemos reflexionar
sobre qué tipo de enfoque resulta más adecuado para conseguir que la EF sea
atractiva para el sector femenino, y así, mejorar tanto la satisfacción como
las actitudes hacia la asignatura. Estas dos variables juegan un papel de gran
relevancia de cara a fomentar la práctica de AFMV entre los adolescentes. Mientras que el grado de satisfacción con las
clases y el profesor de EF está relacionada con la frecuencia de AFMV en niños
y adolescentes (Hernández et al., 2008), las actitudes desfavorables hacia la
EF, pueden dar como resultado, la disminución del entusiasmo hacia la actividad deportiva
extracurricular, la no participación en las mismas, e incluso la ausencia en
las clases de EF (Cockburn, 2000)
Para alcanzar estos objetivos, la
orientación que, como docentes, debemos darle a la asignatura debe alejarse,
según nuestro criterio, de la concepción tradicional basada mayoritariamente en
la evaluación del rendimiento motriz y de la condición física. Este tipo de
perspectiva acentúa las diferencias de género, pues, los chicos, por razones
meramente culturales, suelen partir de unos niveles de habilidad motriz y
condición física superiores. Como señala Pascual (1998; citado por Feu-Molina,
2008), es posible encontrar que las situaciones de partida entre chicos y chicas
en relación a las capacidades físicas, psicomotrices, intereses, motivaciones,
etc., estén descompensadas debido a las influencias sociales previas a la
escolarización y/o en los periodos no lectivos. Por tanto, un planteamiento
orientado hacia el rendimiento propicia el distanciamiento de las chicas por la
asignatura, pues se refuerzan las barreras que estas mismas encuentran para la
participación en actividades físico-deportivas, como son la percepción de baja
competencia motriz o el temor a ser objeto de críticas entre sus compañeros,
entre otras.
Un enfoque diametralmente opuesto de la
EF pasa, como señala Feu-Molina (2008), por promover situaciones de aprendizaje donde el alumnado pueda experimentar
conocimientos, procedimientos, actitudes y sentimientos de competencia motriz
en toda su plenitud a través de una igualdad de oportunidades y donde el
resultado de la acción motriz quede relegado a un segundo plano, teniendo un
mayor peso el proceso. Enmarcada en esta
filosofía se encuentra el proyecto de intervención que proponemos, el cual
consiste en ofrecer a los alumnos nuevas posibilidades y experiencias a
través de un deporte alternativo – y
totalmente desconocido para ellos – como es el Tchoukball.
Con
esta propuesta pretendemos situar a chicos y chicas en una posición igualitaria
en cuanto a nivel de competencia motriz, puesto que ninguno tiene experiencia
previa en este deporte. De esta manera, buscamos que las chicas se sientan
igual de competentes que los chicos durante la práctica, teniendo las mismas
posibilidades de experimentar éxito en la tarea. La necesidad de competencia,
entendida como el deseo de sentirse eficaces o habilidosos en la diferentes
actividades planteadas (Ryan y Deci, 2007; citados por Sevil et al., 2015), es una de las
variables más influyentes en la práctica de AFMV, especialmente entre las
chicas (Smart et al., 2012). La satisfacción de dicha necesidad predice
la diversión positivamente y la desmotivación negativamente en la clase de EF
(Gómez, 2013), factores clave para conseguir la participación activa de las
chicas.
Por
otro lado, dado que el Tchouckball es una práctica deportiva en la que, por sus
características sociomotrices, no se producen interferencias directas entre
atacantes y defensores, se evita el
contacto físico, una situación que resulta ser desagradable para las
alumnas a las que va dirigido nuestro proyecto, y que, según ellas, les retrae de
participar en las actividades físico-deportivas que se plantean en EF. Al mismo
tiempo, el hecho de que no exista interferencia directa permite culminar
positivamente la mayoría de las acciones del juego (Robles, 2009), lo que a su
vez incentivará a los alumnos a participar, ya que pierden el miedo a ser
bloqueados o a fallar un pase por la intercepción del adversario (Eberly, Yohn, y Girardin, 2005)
Por
todas las razones que han sido mencionadas, pensamos que la inclusión de este
deporte como contenido curricular con vistas a aumentar la participación del
colectivo femenino en las clases de EF queda sobradamente justificada.
Partiendo de una perspectiva inclusiva e igualitaria, en la que todo el mundo
tiene cabida en la actividad con independencia de su nivel de competencia y en
la que chicos y chicas parten de la misma situación en cuanto a experiencia
motriz, pretendemos involucrar al máximo a las chicas en la EF, así como
desarrollar su gusto por la actividad física-deportiva. Con ello, nos planteamos
como objetivos, por un lado, que la EF contribuya a alcanzar la dosis de AFMV
recomendada, y por otro, que a través de nuestra asignatura, acumulen
experiencias positivas asociadas a la actividad física con el fin último de que
incorporen la AFMV a su estilo de vida una vez abandonen el entorno escolar.
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